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La Despedida

Publicado: 2016-04-19
Nunca lo han conversado, ella le contó una vez que vivió en Lima, pero nada más. No le habló del tobogán ni del avión que aún conserva. Guardó en secreto el
recuerdo de aquel niño con sonrisa atómica, viajaba a mundos felices a los que
solo se llega a columpio solo de pensarlo, compartir eso hubiera sido perderlo.
Quería contarle, estaba tan cansada que casi lo hizo sin querer, pero aguantó y lo
besó nomas, "vamos a domir", le dijo, "mañana vas a perder el avión si no duermes"

Lorena y Alejandro se conocieron en un parque en 1981. Ella tenía 9 años y él 6, la primera vez que se vieron. Se detuvieron un rato a observarse, la mamá de
Alejandro los percibió juntos desde la distancia y decidió no acercarse, Lorena le
pareció inofensiva, pese al largo tiempo que pasaron los niños inmóviles,
mirándose. Alejandro extendió su mano y le ofreció un avión a Lorena, diminuto, de plástico, de esos de piñata. El avioncito era de un rojo casi rosado y él le había
pintado ventanitas y gente hecha puntitos adentro con marcador. No hablaron, no con palabras, Lorena tomó el avioncito, lo inspeccionó visiblemente encantada, y Alejandro se fue corriendo al tobogán, se detuvo por un segundo en el camino y
volteó a mirarla con una sonrisa intensa en los ojos. Lorena lo siguió y en esa
primera tarde pasaron 3 horas juntos, la mamá de Alejandro no se lo quiso llevar a casa pues lo vio muy feliz. Se vieron casi todas las tardes durante los tres meses
que duró la estadía de los padres de Lorena en Lima.

Eran las 2 de la mañana y había estado hablando y queriéndose en la cama desde
las 11, Alejandro aceptó la propuesta de dormir pero antes de voltearse miró a
Lorena a los ojos y ella tuvo miedo de perder el aire de tanto sentir y mucha
vergüenza de sus ojos llorosos. Sonreía, pero él la supo al borde del llanto. Ella lo
besó de a poquitos, con mucho cuidado. Acarició su pelo, grueso, negro y tan pero tan suave, "¿como se puede ser tan bello?" pensó Lorena en su dolor contenido,
siempre sonriendo.

Para no llorar se pudo a recordar a aquel niño mágico, sintió de nuevo vergüenza,
de sentir tanto, de sentir sola, y para no ser tan obvia, cerró los ojos y lo abrazó
fuerte y suavemente a la vez. Recostó su mejilla sobre el pecho de Alejandro y trató de vaciar su mente y solo sentir la respiración de aquel cuerpo que ya no volvería
ver. Él solo había venido a despedirse. Bajó el ritmo del corazón, mientras escuchaba el latido de él y poco a poco se fueron quedando dormidos.

Lorena condujo el auto hasta el aeropuerto, llegaron tarde, así que Alejandro se bajó del auto y corrió hasta la puerta y no tuvo tiempo de voltear a verla una última
vez.

Escrito por

Rebeca Blackwell

Socióloga y cuentista, estudiosa de las modas ideológicas, las justificaciones de la injusticia y las caracterizaciones culturales del amor.


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