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El baile de las marionetas

Publicado: 2016-01-18
Luisana fue a ver a su jefe para compartir la información nueva que ella sentía cerraría el caso. La cosa era mucho más complicada de lo que se habían imaginado. Resulta que el general que había ordenado el traslado del teniente asesinado de San Juan a Calabozo, trayecto en el cual el teniente recibió dos balazos en la cabeza mientras conducía, había sido el mismo general que firmara la compra de dos camionetas que el teniente se negó a reportar como desaparecidas. Por su parte, el mayor cuyo suicidio generó la investigación, en primer lugar, pues fue reportado como desaparecido y le dijeron a la esposa que seguro se había ido con otra mujer, ese mayor es a su vez cuñado del forense que analizó ambos casos y que murió misteriosamente de una intoxicación estomacal una semana más tarde. Todo esto tuvo lugar en la misma época en que una banda de narcotraficantes utilizó 6 camionetas del ejército para secuestrar a la hija de un ministro de la oposición, incidente que jamás se hizo público. Fue también la época en que en la morgue de Maracay comenzaron a aparecer los cadáveres sin nombre, que hoy día son rutinariamente enterrados en el patio trasero como quien hace un compostero. Luisana narró a su jefe los detalles con una rapidez que casi la dejan sin aire, la emoción que sentía por las conexiones que había logrado encontrar la tenían en éxtasis. Cuando por fin hizo silencio, se quedó mirándolo esperando esa felicitación que había imaginado. Pero solo lo oyó decir: “Qué harás mañana?” Y como una llanta desinflada, ella respondió: “Dormir” y se quedó mirándolo incrédula, ¿no dirá nada más? Pensó. Y como en cámara lenta lo vio pronunciar estas palabras: “¿Quieres pasar unas horas conmigo? ¿A solas? Alquilamos un lugar. Puedo enseñarte a relajarte para que aprendas a disfrutar lo que tu cuento dice que te incomoda, Anaïs”. Luisana sintió que se le aceleraba el pulso, por una sensación que estaba entre la humillación y la apatía. El recontra coño de la madre, ¿cómo se le había ocurrido cometer el error de compartir su cuento erótico con el jefe? Pero igual esta consecuencia era inmerecida. ¡Qué simple todo! pensó, ¡que llano, basto, torpe y animal!. El cuento que había tenido los ovarios de mandarle envalentonada en la madrugada y ansiosa por una opinión literaria, tenía una historia de dos mujeres enamoradas de un mismo hombre, una de las cuales llegó a casarse con el tipo porque ella sabía disfrutar el sexo anal, mientras que la otra se lamentaba por haberse sentido usada, pues el hombre no cesaba de pedirle el culo y a ella le dolía mucho y se negaba la mitad de las veces. Un drama psicológico que escribió con mucha atención y perfeccionismo y que nada tenía que ver con su propia sexualidad. En serio lo envió porque quería era una crítica literaria y quizás romper una barrera generacional de subordinación de la que estaba cansada, o la comenzaba a ver como un igual o renunciaría. Quizás envió ese cuento como para decirle, somos tan iguales que podemos hablar de sexo en literatura y reírnos juntos del chiste. La clase privada de sexo anal que ahora él le estaba ofreciendo estaba escandalosamente demás. Lo miró a los ojos fijamente mientras pensaba qué responder, cómo lograr cerrar en pocas palabras este episodio para siempre, pero se escuchó a sí misma solo decirle: “No, gracias, mañana voy a dormir”. Y encima sintió cómo se dibujaba una sonrisa en su rostro que trató de evitar pero no pudo. Como por inercia se puso de pie, se acercó a él, lo tomó por el brazo, le besó la mejilla y salió de esa oficina con el olor a madera clavado en la sien. El mismo olor que tenía la casa de su abuela a quien recordó en ese instante y sintió deseos de llorar. En el taxi dentro del cual se lanzó como si viniera de robar un banco, pensó que ahora entendía por qué ese lugar siempre la hacía pensar en su infancia, era la madera. Tenía un encuentro planeado para esa misma noche con un hombre 6 años menor que ella que había conocido en el avión camino a Caracas, un hombre que le dijo: “Yo soy comunista”, con un vino en la mano y sentados en primera (ella por uno de esos upgrades suertudos, él quién sabe por qué). Se encontrarían en Los Chorros, en el club Uruguayo y ella pensó que le gustaría llevarlo al Callejón de la Puñalada después. Ya en el hotel, mientras se cambiaba para salir se vio a sí misma riendo sola de nerviosismo. Le molestó su propia risa, pensó que era ego lo que sentía. La cena fue un fiasco. El hombre en verdad se creía comunista guevarista, le habló de la violencia necesaria, de las únicas vías de cambio social, de la fuerza del sarcasmo como herramienta política en las coyunturas históricas para romper con el pasado represivo, hizo todo lo que pudo para demostrar su superioridad intelectual y moral, claro está, y luego la invitó a coger. “Cojudo”, pensó, pero entre una cerveza y otra sí se lo llevó a su hotel. Ya sola a la mañana siguiente, sin memoria clara de cómo y cuando había salido este ser de su habitación, Luisana se preparó un café y mirando por el balcón hacia el Ávila, recordó su alegría periodística de los meses anteriores al lograr atar los cabos sueltos del asesinato múltiple y de la mafia que había por detrás. Pensó en lo grotesco que es sentir alegría por algo así, en la naturaleza inmoral de su sentido de justicia. Sintió que publicar lo que había descubierto no traería cambio social alguno, que solo podía traerle gloria a ella, gloria a Mr. Te Enseño Como Lograr Buen Sexo Anal y decidió ir a hablar con los familiares de las víctimas. Les dio la información que tenía y renunció por email.

Escrito por

Rebeca Blackwell

Socióloga y cuentista, estudiosa de las modas ideológicas, las justificaciones de la injusticia y las caracterizaciones culturales del amor.


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