#ElPerúQueQueremos

Miami Herald, photo by: Rebecca Blackwell

EL AGRICULTOR

What thoughts I have of you tonight, Walt Whitman, for I walked down the sidestreets under the trees with a headache self-conscious looking at the full moon. In my hungry fatigue, and shopping for images, I went into the neon fruit supermarket, dreaming of your enumera-tions! What peaches and what penumbras! Whole families shopping at night! Aisles full of husbands! Wives in the avocados, babies in the tomatoes!—and you, García Lorca, what were you doing down by the watermelons?

from A Supermarket in California by Allen Ginsberg, 1926 - 1997

Publicado: 2015-02-07

Cada palabra que él escribía, cada letra que iba apareciendo, la estremecía como ocurre con los amores de juventud.

— ¿Cuándo vienes a comer chocolate? — dijo él y ella tuvo que esperar muchos segundos para responder

— Mañana — dijo y apagó la computadora.

La conversación había comenzado en Abril, cuando Emilia se mudó a Zephyrhills. Alfonso había aparecido años antes en facebook, como todo el mundo, pero nunca habían mediado palabra. Su primer y único encuentro con él, 20 años atrás, no había durado más de 6 horas, pero la humillación de haber querido más había logrado transcender en el tiempo. Aquella cama de hotel con espejos en el techo la habían marcado y Emilia todavía recordaba la voz de la hermana negándolo. Fue mucho lo que aprendió de aquella terrible certeza de que se le estaban escondiendo. Él no la quiso volver a ver. No había logrado conquistarlo ni siquiera lo suficiente como para una segunda cita. ¿Tan desagradable así había sido? A Emilia le costó dignarse a entender, tres veces llamó a esa casa buscándolo antes de rendirse para siempre y guardar de aquella noche nada más que la sensación de rechazo. Nada más.

Por esos mismos años sucios se había enamorado como 5 veces de la misma manera, solita y sin ayuda. Con el tiempo y las aguas llegaron otras épocas, mucho mejores casi todas. A dos décadas de esos días infames, por fin le había llegado el chance de sentirse bien con un varón, ¡en hora buena y con sol! En su tercer matrimonio había logrado crecer, ahora se disfrutaba imperfecta. Tan cerca y tan lejos, pensó. Estaban a pocas horas de distancia, pero su piel había olvidado el deseo y no había ya anhelo suficiente, pese al tiempo que invirtió en cultivarlo, como para hacerla conducir las 5 horas hasta Haddock, el pueblo de él. Se preguntó si es que su sed de conquista estaba por fin extinta o si es que simplemente conducir el auto le daba pereza. En otras épocas se hubiera ido a pie. Fantasear era una molestia también, qué flojera desear tanto para volver a pasar menos de medio día juntos. Mejor no.

Para comenzar la conversación, Emilia había usado a César Miró como excusa. El mes de abril fue horrible en Caracas, ciudad natal de ambos. Varias veces se sorprendió a sí misma presa de ataques despiadados de insomnio matutino. No pocas mañanas se despertó antes de las 4 para continuar leyendo artículos sobre el caos generalizado que se había apoderado del país. Todo siempre caldeado, roto, todo estaba al revés, revuelto y seco y ella pegada a una pantalla iluminada en la oscuridad de su cuarto, siempre sola, durante cualquier viaje de su marido. Parte del insomnio era esa soledad, porque en la mañana llegaba siempre un mensaje de su esposo y ella comenzaba a despertarse para recibirlo tan pronto conciliaba el sueño. Joaquín le escribía siempre algo entre 5 y 7 am, era un marido constante y amoroso, pero Emilia no estaba durmiendo gracias a este mal hábito, no hay que madrugar el amor, trasnocharlo quizás.

Nunca ninguna convicción política la había llevado a marcha alguna, tampoco lo hizo ni por amor ni por diversión, salvo un único gay pride day en el que participó, pero lo que estaba pasando ahora en su país era diferente. La vida de su madre y de abuela estaban en peligro, sus amigos presos. Su tío muerto.

No era una intelectual como su hermana Luisana, ni tampoco una persona particularmente dada al activismo, pero como estaban las cosas, no era necesario un PhD para entender a golpes la necesidad del país de recibir un poco de ayuda de sus conciudadanos en el exilio. Ella, ciudadana de Caracas, no paraba de pensar en su gente querida, estaba entre aturdida y aterrada, y profundamente adicta a saber en cada minuto si se había ido la luz o no en la casa de su abuela, si habían soltado a algún estudiante o si las instituciones financieras habían finalmente sido desregularizadas por completo.

Solo un año atrás, el vicepresidente, un hombre gordito y fofo pero poseedor de un musculoso complejo de inferioridad, había logrado, finalmente, envenenar al presidente, un déspota inconsciente a quien no le permitió entrar de vuelta al país, pese a su avanzada enfermedad, luego de que éste fuera a encontrarse con unos médicos alemanes en las Bahamas. El gordito consiguió ricina, un veneno que conoció en un capítulo de una novela para televisión gringa y se lo sirvió al déspota en la sopa, “como en las novelas” hay que decirlo. Cual mapa de vida, el país había retrocedido a sus patrones de comienzos de siglo. El gordito, alto y encorvado, barrigoncito deslenguado, resentidísimo e hinchado de ambición (para simplificar las cosas por su nombre) le había prohibido la entrada al déspota, quien tuvo que morir sin chistar en el penthousucho del hotel Atlantis de Bahamas, una muerte como la de Michael Jackson, igualita, dejando huérfana una fortuna de más de 2000 millones de dólares en fincas, flotillas de autos, aviones, cuentas regadas por el mundo y joyas. Ese gordito era igualito a Gómez, aquel dictador de otros tiempos. Pobre país. Emilia tenía que hablar con alguien de esta situación y para estas cosas las amigas no bastaban. Por eso le escribió a él.

El país se había deshidratado, pero de todas maneras no era como para estar buscando refugio emocional en casa ajena, e igual lo hizo. Alcanzar esa cercanía por fin, aunque tan efímera como antes, y ahora virtual, peligrosa, insensata e infructuosa era como lograr el cierre de una narrativa taladrante que tanta frustración le trajo en sus años mozos. Estaba de vuelta en un espacio olvidado de su juventud y ahí estaba él, queriendo por fin hablarle.

Las marcas visibles del envejecimiento le estaban aumentando un poco la ansiedad por esos días. Se decía a sí misma, y lo repetía a sus amigas, que los cambios en su cuerpo la hacían sentir mucho más cómoda, que por fin era feliz, pero en el fondo quizás no era tan cierto, o al menos no era por eso que ahora estaba mejor. Que el placer del espejo hubiera llegado a su fin, en el fondo, la tenia desconsolada y por primera vez desde que conoció a Joaquín, quería sentirse deseada por otro hombre. ¡Qué dilema y qué pesadez! Suerte y fortuna que este encuentro solo contaba con el reflejo de las palabras de él en las de ella y nada más, pero esto de sentir miedo, expectativa, culpa y deseo, todo junto, se le estaba instalando bajo la piel, así que tomó una decisión inmutable. ¡Con él no! Tiene mujer admirable, madre de dos hijas, quizás lo mantiene, pensó. ¡Qué desgraciados que son! Horas le dedicó a pensar en esto, al tiempo que no lograba dejar de disfrutar del intercambio e imaginarlo desnudo, cada palabra que él le escribía a ella le gustaba un poquito más que la palabra inmediatamente anterior. Su selección de vocabulario era exquisita. ¿Cómo se puede ignorar eso? ¿Cómo se olvida a alguien así a quien no tendrás tiempo de odiar?

Después de ser vecinos silenciosos en Facebook por 4 años, ella había decidido hablarle, así fuera sobre el politólogo infame y amigo en común, ese crítico indolente de cada movimiento de la oposición. Como la cuasi junta militar estaba destruyendo al país y el gordito había tomado el mando en plena crisis de gobernabilidad, fue posible construir la retórica neopopulista bajo la que se dedicaba a cometer errores económicos. Le estaba vendiendo todo el petróleo a Canadá, quienes estaban vaciando todas las reservas para irse, con menos compromisos tributarios que un buhonero y al margen de las leyes de trabajo. ¿Pero por qué decidió ella hablarle y causarse este huracán? La respuesta era sencilla, porque ahora estaban cerca y lo quiso conocer. Torpe Emilia.

No había mucha gente que ella sintiera como referentes de una forma específica de observar las cosas y la verdad es que esperaba que Alfonso fuera una versión evolucionada del padre, Alfonso Caballero, premio nacional de historia, pero torturador de esposa poeta, la víctima-victimario Annie Assat. Emilia creía que ser hijo de una poeta le haría interpretar la política de maneras menos misóginas, y más como ella, claro, y acto seguido se lo imaginaba desnudo. ¡Con él no! Pero igual había decidido que él era de “los que entienden”. Y pues le escribió:

—Hay un post de César Miró del 8 de abril muy particular, le pide a “los representantes de la ali-corta aspiración filosófica clase-mediera” que opinen sobre el policía muerto ¡Qué pesado! ¿no crees? Se me ha ocurrido una idea y quería compartirla cuando tengas un minuto. Veo que comentaste ampliamente este post de César. En fin, tengo una idea que me encantaría discutir. Estoy en Zephyrhills, tú estás en Haddock, ¿cierto?

Él le respondió a los tres días:

—¿Ya no estás en Lima? Por tus fotos pensé que vivías allá. Yo siempre comento los posts de César, a veces pienso que mantengo esos intercambios por altruismo. Labor social, ¿sabes? un gusto saber de ti. Cuando quieras me cuentas de tu idea.

Fue al leer esta respuesta que entendió que él era realmente feliz con su mujer, y recordó lo importante que es cuidar a las mujeres, la esposa no merecía encontrar jamás un chat de mierda entre dos traicioneros de nacimiento. Pero también supo que la presencia de él, así fuera en un chat, la perturbaba de la mejor manera, le causaba escalofrío y taquicardia y placer. Ya se había paseado por sus fotos, pero jamás imaginó que él hubiera visto las de ella. Que él supiera que ella había vivido en Lima era un milagro-facebook, qué delicia, me buscó, pensó. Parecía que aquella cama de 6 horas había también dejado astilla del otro lado. ¡Qué sorpresa y qué placer!

Ella escribió una respuesta que no envió por días, donde le contaba que su esposo y ella se habían mudado a Zepherhills, y agregaba que por qué no se reunían los cuatro (maridos y mujeres), que su marido era interesante, que tenía un trabajo tal, que seguro la esposa de él era encantadora y por supuesto vio como el tecleo perdía brillo.

Tras un silencio de un mes y un día, una mañana como a las 10 le dijo:

— ¡kiubole! — como para ser graciosa, horrible, igual a aquella amante que alguna vez tuvo su marido. Horrible, pero lo que se escribe en chat no se borra y si su esposa se entera, me muero, pensaba cada vez, pero igual "kiubole" ya estaba dicho. Coño, qué sensación tan espantosa es esa de leer invasiones femeninas en muro de marido. ¡Con él no!

— jeje — le respondieron y ella tembló —bien, muy bien, mentira, tengo gripe, me explotó en un avión el lunes y me terminó de reventar hoy. Toca, supongo, pero bien, trabajando de casa. Me quedó pendiente comentar que a César le escribo mucho, pero no pensando en él, sino en los Cedeñistas que lo siguen.

— Claro, te entiendo — y pensó que tenía que ser una excusa para hablarle un poco más porque ya eso lo había mencionado antes y la conmovió ver que él trataba de hablar un poco, de no ser parco. Eso es tratar bien a alguien.

— Tengo la esperanza de que alguno lea y piense, es como un trabajo de misionero — dijo él y ella pues otra vez lo imaginó desnudo. ¡Las 6 horas de hotel más desgraciadas, carajo!

— Eso me pareció — respondió— lo que quería contarte o compartir es lo siguiente…

— Cuenta…— dijo él y ella pensó, ¡ay, no! ¿por qué habla así? son tan escasos los que hablan así, qué angustia, pero siguió:

— …tengo una amiga a quien saqué de mi vida social-virtual, Cedeñista hasta la médula y evasiva con el tema de las desapariciones. La quise mucho, pero ya no puedo. El caso es que anoche en el insomnio, pensando en su inagotable escasez de argumentos…

— el insomnio es la normalidad…— dijo él y ella lo leyó y le encantó, pero no comentó el gesto de seducción hasta terminar la idea, ella también sabía seducir, su madre había sido una maestra.

— me di cuenta de que el problema es la identidad Cedeñista y sí claro que sí, el insomnio y yo. El caso es que lo que siento que aún tiene y puede usar de escudo, y esto no es más que el descubrimiento del agua tibia, es la construcción de una identidad de víctima del otrora gobierno de izquierda. La preservación de esa identidad de víctima, aunque esté instalada en el poder, es como el campo de fuerza magnética que los resguarda de la racionalidad. De modo que esto que César llama ahora “la alicorta aspiración filosófica clase-mediera”, y el recontra coño de su madre por decirlo, es justamente el meollo del asunto y lo que debemos definir. Qué es lo que él cree que somos, cómo nos ve, por qué somos ante su mirada aspirantes de clase política (que es en realidad lo que quiso decir, se nota), pero fracasados por definición debido a nuestras cortas alas tratando de filosofar en sábado y con pantuflas. Tarado, estos vándalos no son víctimas de nadie y además esa izquierda que trataron de ser no fue otra cosa que la mano con la que se limpiaron el ano, mano impura y ladrona.

— sería interesante que vieras el trabajo de César, para poder desnudar al gobierno de la victimización, lo que pasa es que no se si es legible, lo digo porque seguro usa las categorías al revés — !ay no, qué perverso, por qué tuvo que decir la palabra desnudar!

— debe ser un bodrio, hemos sido amigos desde los 14 años, pero su trabajo debe ser un bodrio. Emilia continuó — creo que debo dar unos pasos muy específicos: 1. definir cual es la base ideológica del Cedeñismo hoy en día, cosa que antes era más fácil, pero desde que murió el déspota todo cambió. ¿Tú tienes idea? ¿sabes qué textos usan?

— Claro, libros escolares de 4to grado en todas la escuelas, adiestramiento militar obligatorio y frases construidas por par de lingüistas contratados desde la muerte del déspota para voltear a la cara opuesta de la moneda el discurso, sin causar sospecha alguna. Pero ¿sabes qué? no hablemos más de política. ¿Cuándo vienes por Haddock? — Emilia casi se desmaya, lo vio desnudo pero esta vez cerca, desnudo y besándola, desnudo y penetrándola. Por qué tuve que iniciar estas conversaciones, se dijo y reemplazó la imagen con la de su marido y casi se calmó. Su marido era simplemente más guapo y ella lo amaba y con él se sentía segura y feliz, pero su marido estaba en la India y Alfonso en Haddock, a 5 horas.

Ella trató de hablar de los anclajes cognitivos, y él respondió que Huxley. Luego, él le dijo que si ella venía a Haddock él se pondría un vestido negro para ella, y ella le respondió que Raymond Carver y que César Miró era un patán, él le habló de la charla de un poeta y le copió una poesía en inglés llamada A Supermarket in California y ella le respondió que si conocía el caso de las víctimas de desapariciones y tortura en La Escuelita en Argentina, y de ahí siguió que las torturas a los jóvenes aún presos, los desaparecidos, los asesinatos en hospitales… pero en eso recodó el espejo en el techo de aquel cuarto hace 20 años y tuvo que hablarle de una exposición en Nueva York con unos espejos de un tal Olafur Eliasson, también en el techo, que mucho le gustaron, solo para poder decir “espejos en el techo”. Así fue que volvieron al vestido negro (y rojo) que él se pondría si ella venía y a los jeans que ella prometió llevar y de los que él prometió encargarse. ¡Ah, CON ÉL NO!

Emilia se sentía muy bien con su marido y el riesgo de sentir por otra persona no la dejaba dormir. Le daba vueltas y vueltas al asunto. Se preguntaba si era posible desear y tener y disfrutar y luego simplemente olvidar. Perder a su esposo había sido siempre una idea fatal, arrolladora, pero hasta ahora no le había pasado que deseara conocer a alguien. Quería mil conversaciones más con Alfonso. Quería pasar días y noches conversando con Alfonso. Quería besarlo y sentirlo y quererlo, ¿o ya lo quería un poco o es que habían bastado esas 6 horas de hotel cochino para quererlo siempre? ¿En cuánto tiempo se enamora una persona? Con Joaquín bastaron 10 minutos, ¿por qué 6 horas no iban a ser suficientes con Alfonso?

Emilia no sabía qué hacer con tanto latido infructuoso, así que decidió olvidarlo de nuevo. Pero él le volvió a escribir, y en menos de tres líneas ya habían dicho la palabra morbo. La conversación era sobre política otra vez y estaban discutiendo si es que una Cedeñista bonita parecía más o menos Cedeñista por el solo hecho de ser bonita. Déspota la conversa, horrible, pero ella como que no se escuchó. Entre una cosa y otra se piropearon hasta el cansancio. Él dijo casualmente que el morbo le encantaba y ella le dijo “se te nota” y él preguntó si se le notaba por la baba y la lengua afuera y ella dijo que no, que era por la sonrisa de un costado, ergo, no he parado de ver tus fotos y te deseo inmensamente, a lo que él respondió que entonces tenían algo en común.

Ella le dijo: “muéstrame la foto de alguien que te de morbo pero que no sea una foto que obviamente da morbo” y él le mostró una foto de una mujer muy poco atractiva.

— Guao, qué inesperada esa imagen

—Bueno, ese era el punto, ¿no?

Emilia estaba cada vez más estremecida, expectante, conmovida y meditabunda como consecuencia del ritmo y las palabras de este hombre virtual. Él estaba comenzando a asaltarle los pensamientos, como quien asalta un tren que está en marcha. Emilia sentía que le estaban robando algo, pero veía que no le faltaba nada. Salía ilesa de cada asalto pese a tener la certeza de que algo le habían quitado en cada conversación, en cada pensamiento.

Cuando él le mostró la foto de la chica insípida, ella comentó que ésa justamente tenía que ser la diferencia entre hombres y mujeres, la capacidad de sentir algo netamente físico. Y entonces él le preguntó si es que ella alguna vez había vivido algo solo físico y ella recordó:

— Hubo una vez un agricultor, debo decirlo, más bien un campesino de las islas canarias, no se le entendía nada, cuando hablaba parecía como un sonido de pájaros —- ella sintió sus palabras, se enamoró de sí misma por decir eso, por recordarlo, por ir a esa casa de finca llanera y volver a ver a ese muchacho fornido. Agregó — pasamos tres días, y porque estábamos en el Parque Nacional Capanaparo, si hubiera tenido que ir a mi casa a cambiarme, por ejemplo, no hubiera habido un segundo día —

No lo dijo, pero recordó que entre ella y él tampoco hubo un segundo día, y el pequeño dolor que le causó ese recuerdo, junto al jajajajaja que escribió él, le hicieron latir muy fuerte el corazón. Me gusta el dolor, pensó, siempre me ha gustado. Ése fue el momento en que lo quiso la primera vez y lo supo y apagó su computadora.

Entendió que cuando regresaba a su vida, cuando cerraba la computadora, lograba olvidarlo. Podía entrar y salir de su vida para entrar y salir en esta construcción con él sin sentir dolor, no muy profundo, al menos. Cierta curiosidad la hacía imaginar escenarios, todos rápidamente caóticos que borraba de su mente y llegó a esbozar la imagen de la palabra resignación, pero sólo el significado, no el significante. La palabra en sí no se la dijo ni siquiera en silencio.

Trató muchas veces de regresar al punto de no querer manejar hasta Haddock, pero manejó, no fue una vez, fue muchas veces. Lo conoció y lo quiso y después de un tiempo, mucho mayor a seis horas, y después de muchos cuartos de diferentes colores con y sin espejos, después de conocer de nuevo aquel cuerpo que tanto la había impresionado, regresó a tener que tratar de olvidar, pero, otra vez, nunca pudo.


Escrito por

Rebeca Blackwell

Socióloga y cuentista, estudiosa de las modas ideológicas, las justificaciones de la injusticia y las caracterizaciones culturales del amor.


Publicado en

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Análisis semanal bilingüe del "otro generalizado"