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Condimentos genéricos

Publicado: 2011-03-17

Entre el sufragismo y la primera legalización de matrimonio homosexual hay poco más de un siglo: grandes logros en poco tiempo, sin duda, pero en muchos planos el asunto del género aún está crudo. Mientras tarde en cocinarse, sólo unos cuantos individuos seguirán desafiando las incomodidades y los lugares comunes que lo rodean.

La primera cocción que se le dio a lo que hoy llamamos “estudios de género” fue obra del feminismo. Aquello de la necesidad de entender a un mundo que subyugó a las mujeres, encasillándolas en roles mutiladores, cristalizó, con el tiempo, que nuestra pequeña esfera planetaria se rige por un constructo del género muy mal planteado. Tanto así, que tergiversa salvajemente las bondades de la vida.

Ciento cincuenta años han transcurrido desde la primera convención por los derechos de la mujer en Seneca Falls, Nueva York y, sin embargo, el problema sigue siendo bastante engorroso. ¿Quién determina, por ejemplo, qué es eso de femenino y de masculino? Binarismos básicos como Mujer:Hombre, Mujer:Masculino, Mujer:Femenino, Hombre:Masculino y Hombre:Femenino no sólo no son suficientes, sino que han dado pie a unos mitos terribles que hoy siguen taladrando al ya bastante maltrecho inconsciente colectivo.

No parece tan sensato seguir explicándolo todo con teorías construidas a partir de conductas que el ser humano asumió durante la prehistoria. Si las comadres se reunían y cuidaban a los niños en la cueva, mientras los compadres viajaban largas distancias para cazar mamuts, bien por ellos, pero desde este balcón urbanísimo, y con tanto trabajo intelectual que hacer, en lo personal, me cuesta un poco rendirme ante lo que supuestamente deberían ser mis instintos y no lo son tanto. Y es que aquí todo cambió: la verdad es que no veo por qué una mujer trabajadora deba dejarse dominar por el chulo al que mantiene. Obviamente un error de cálculo. Otro triste caso es que un hombre joven deba sentir que en sus hombros estará la manutención de toda una familia y sin pataleos. Tampoco es lógico que en una pareja de dos mujeres, una de ellas deba irremediablemente sufrir la desgracia de ser llamada el hombre de esa unión, ¿cuál de las dos sería, en todo caso? Casi siempre la más dominante públicamente, o la menos “bonita” de las dos; pero tal vez no sea ella justamente la de la cacería, sino más bien la de la cueva, puede que no haya ni cueva ni cacería e igualito le atribuirán su bulto imaginario entre unas piernas que quizás nunca hayan visto un aparatico de esos.

Es desolador que aún sea preciso aclarar que no todo hombre femenino es homosexual, o que no toda mujer femenina es heterosexual, y ese otro cúmulo de oposiciones que usted, a golpe seguro, puede armar sin mi ayuda o la de Sedgwick y su Epistemología del closet. Es cierto que se han ganado batallas en el campo legislativo, las siglas GLBT han cambiado leyes, pero en el plano de las reuniones familiares, una Navidad cualquiera, en compañía de hermanos y hermanas, puede ocasionar un rivotril a la pareja gay recién casada, cuya única invitada consanguínea a la ceremonia fue una sobrina. En otras palabras, estamos crudos en este juego y eso no sería tan malo si no fuera porque hay quien asegura que está todo resuelto, que ya el feminismo no hace falta, que “a mí no me importa que sea pargo mientras no se meta conmigo”, o que “es un peligro que ese hombre le siga dando clases a esos adolescentes, pues es muy afeminado y además les mostró unas fotografías pornográficas de un tal Mapplethorpe”.

En plena Caracas del 2004, nos topamos con que es difícil encontrar gente que se sienta, de verdad, o siquiera aparentemente, cómoda, con la mera sonoridad [femi’nismo]. Mucho más se sufre si se habla de lesbianismo abierto, de petrolero gay, de madre por gestación independiente o de mujer sin hijos; alguien debe habernos convencido de que estos sintagmas eran groserías. Y aunque Germaine Greer escriba allá lejos, del otro lado del mar, que “el cambio más radical que ha experimentado la situación de las mujeres solas es que la soltería ya no se asocia, en absoluto, a la virginidad”, aún azotamos con látigos morales a nuestras solteras promiscuas (categoría que se logra, según la Organización Mundial de la Salud, con tres amantes al año).

Dice Foucault, en un capítulo titulado “Método” de su sorprendente Historia de la sexualidad, que: “El análisis en términos de poder no debe postular, como datos iniciales, la soberanía del Estado, la forma de la ley o la unidad global de una dominación; (que) éstas son más bien formas terminales”. Dice también: “Hay que comprender, primero, la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes […] el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran las unas en las otras, (o) los corrimientos, las contradicciones que aíslan a unas de otras; las estrategias, por último, que las tornan efectivas, y cuyo dibujo general […] toma forma en los aparatos estatales, en la formulación de la ley, en las hegemonías sociales”, para añadir que “el poder está en todas partes” y que “donde hay poder hay resistencia”.

Por fortuna, hay catedráticos organizados que ironizan con el uso del nombre Contranatura para identificar a un grupo de investigación y debate sobre temas relacionados con la diversidad sexual humana y mi amiga y yo somos dos cuaimas histéricas. Pero como la ubicuidad tiene sus trucos, en algún otro punto de la ciudad, el porcentaje femenino de un aula de pregrado se esconde, tras bastante maquillaje, de la pregunta: “¿Hay alguna feminista aquí?”, hecha por un profesor abiertamente condescendiente; y por urbana e intelectual que sea esta escena, poco tiene que envidiarle a una paliza propinada por policía de Plaza a peluquero de pueblo en jefatura oscura de madrugada. El sentimiento es el mismo y Foucault, para variar, parece haber tenido razón, los detalles fabrican el gran discurso.

Es innegable que las variables del tema son infinitas, seguirle el rastro a este asunto del género es un género es un género es un género, da pereza y escozor. Queda claro, sin embargo, que si eres contumaz en la indiferencia ante el tema, posiblemente te disguste enterarte tarde de que, después de todo, este mismísimo coco era tu leitmotiv.

Este articulo fue publicado por primera vez en la revista venezolana platanoverde, No 4.


Escrito por

Rebeca Blackwell

Socióloga y cuentista, estudiosa de las modas ideológicas, las justificaciones de la injusticia y las caracterizaciones culturales del amor.


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